Tal día como hoy 9 de octubre de
hace 45 años era asesinado en la escuela de La Higuera (Santa Cruz, Bolivia)
Ernesto “Che” Guevara. He de decir, para no pecar de falsa modestia, que como
historiados he estudiado la figura de Ernesto Guevara en profundidad. Pero no
quiero explicar su vida, bastantes lo han hecho ya en libros y películas y
conocidos son sus viajes por Sudamérica, sus avatares en Cuba, su fracaso
africano y la última campaña en Bolivia. Hoy quiero hablar de por qué soy
guevarista.
Intelectual autodidacta lector
empedernido forjo un pensamiento sólido cristalizado definitivamente en su
viaje por Sudamérica, un viaje que le abre los ojos a las injusticias y le
compromete en la lucha contra ellas con un punto de aventurero e idealista.
Coherente siempre, contra viento y marea,
de una ética revolucionaria a prueba de todo, llega a la conclusión de que sólo
un hombre nuevo podía lograr el ideal revolucionario. No era bastante con la lucha armada, era necesario
luchar para escapar a la hegemonía cultural del imperialismo y la reacción con
la educación y la formación para traer la moral revolucionaria. El “Che” del
trabajo voluntario que había de beneficiar a todos y que se alza como una
utopía en nuestro mundo individualista y dominado por la economía que el
concebía como instrumento humanista para mejorar la vida de todos, algo tan
alejado del pensamiento económico que nos domina. El “Che” que decía que del
imperialismo y de la reacción no debía fiarse uno “ni tantito así”. El que se
dirigía una y otra vez a la juventud diciéndoles que eran la principal arcilla
de la revolución. De su discurso en la ONU donde advirtió de “que los hombres y
las mujeres de América Latina avanzaban por los caminos con sus cartelones y
consignas advirtiendo en ellos sus sepultureros el capital monopolista yanqui”.
El “Che” que concebía el estado como el garante del bienestar y que nada dejó a
sus hijos porque Cuba se encargaría de todo. Y el “Che” que dijo que todos
aquellos que sintieran el dolor de una injusticia propia o ajena eran pariente
suyo. Pero también el “Che” de los juicios y ejecuciones en la fortaleza de “la
Cabaña”, el que se deleitaba con el olor a pólvora, el que dijo que había que
bombardear Estados Unidos durante la crisis de los misiles y el que apostó
durante su estancia en la sierra que era capaz de dejar los calzoncillos de pie…
y ganó. Y, por último el hombre que dijo a un joven Ziegler, hoy defensor de
los derechos humanos desde la ONU, cuando se le ofreció para ir a la revolución,
que su labor era luchar en la entraña del monstruo, y lo hizo señalando los
bancos suizos.
El “Che”, el icono del siglo XX,
millones de veces reproducida la foto e Korda de aquel 5 de marzo de 1960
cuando tenía 31 años y ya se había convertido en un mito y que se esgrime en
cualquier manifestación como un amuleto contra la injusticia. Un hombre, con
sus virtudes y sus defectos que los tuvo, y que tomó decisiones más que
discutibles, pero con todo y a pesar de todo, en un mudo que se ha vuelto loco,
en una Europa que no comprende nada en manos del conservadurismo más atroz y en
una España que retrocede sin cesar y donde las injusticias y desigualdades son
algo cotidiano, como digo, a pesar de todo lo que se le pueda achacar, dejadme
que siga siendo guevarista.
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